Reflexiones posprograma de verano

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 A diferencia del verano del año pasado, los meses calurosos de junio y julio de este 2021 estuvieron tan llenos de diversión y alegría como se supone que sea. Aunque todavía el planeta está en plena pandemia de Covid-19, cada uno de nosotros ha podido aprender cómo vivir el nuevo estilo de vida al que antes nadie estaba acostumbrado. El gel desinfectante siempre está a mano, una mascarilla de repuesto nunca falta en nuestro bolso y casi sin pensarlo nos lavamos las manos regularmente. Da gusto ver que la sociedad empieza a retomar su curso normal, y más gusto me dio este verano, ya que fui capaz de viajar a Inglaterra con una amiga para tomar unos cursos de psicología en Jesus College, Cambridge.

Kaille de Nueva York y yo en el patio de Jesus College

El programa de verano tenía un componente académico y otro cultural. Cada participante tomaba clases de la materia de su preferencia, pero también había actividades para que la gente de diferentes cursos pudiera conocerse mejor y para que todos fuéramos capaces de explorar Cambridge con más profundidad. El balance entre la carga académica versus el tiempo libre era genial, ya que nos daba oportunidad de aprender y también de tener un poco de libertad para ser turistas normales y corrientes. 

A diferencia del campamento al que previamente fui en el verano de 2019, no había la misma diversidad de nacionalidades entre los participantes. Cierto, había unos dos estudiantes de América Central y del Sur y otros tantos europeos, pero la gran mayoría eran estadounidense. En el campamento al que fui antes, la piscina cultural era rica y profunda; había representación de todos los continentes y me alegré al poder compartir no sólo con gente de lenguas extranjeras, sino también con otros hispanoamericanos con los que pude comunicarme en mi lengua materna. Era fascinante aprender sobre otros países, pero también era reconfortante saber que había un cómodo colchón en el que podía caer boca arriba después de la fatiga provocada por la socialización entre diferentes culturas.  Por la riqueza cultural de esta experiencia previa me resultó inesperada la representación demográfica del programa en Inglaterra este año. Sin embargo, no fue algo que contemplé mucho al principio. Al fin y al cabo, me interesan más las personas que sus nacionalidades.

Al presentarme a otra gente y al empezar el proceso (un poco arduo, debo admitir) de la búsqueda de nuevos amigos, había siempre cuatro preguntas claves: ¿Cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué curso estás tomando?, y la más importante ¿de dónde vienes? Cuando me tocaba a mí responder la cuarta y decía que era de Puerto Rico, me llevé tristes sorpresas al escuchar la pregunta de seguimiento salir de bocas estadounidenses: “¿Y dónde queda eso?”. Pasé de pensar que solo provenía de un ignorante a tener una contestación automática después de escuchar la pregunta varias veces.

Gretchen de Missouri y yo en las afueras de nuestros dormitorios

No quiero decir que los estadounidenses del campamento eran incompetentes; de hecho, conocí a personas increíblemente inteligentes, interesadas en la astrofísica, la justicia, la arquitectura, la política y otros temas de alto intelecto. Eran personas lindas por dentro y por fuera, con un gran corazón y un buenísimo sentido del humor. Pero parecía que no eran (o por lo menos que no eran suficientemente) conscientes de la existencia de Puerto Rico. Intenté no reprochárselo; les presenté a la isla, nuestro estatus político, nuestros orgullos y nuestras dificultades, las experiencias con el huracán María, el movimiento #RickyRenuncia… De todo de lo que pudiera hablar y de lo que quisieran saber les conté. 

Justo cuando pensé que había podido educar a mis nuevos amigos sobre la isla que su país tiene como territorio no incorporado, justo cuando consideré que habíamos llegado a algún tipo de plano neutral de conocimiento de nuestras culturas, empezó la segunda ronda de preguntas que me dejaron atontada. “Nunca hubiera adivinado que no eras de Estados Unidos. Hablas exactamente como una californiana”, “¿Existe Urban Outfitters en tu isla?”, “¡Hablas inglés muy bien para ser puertorriqueña!”, entre otros comentarios incómodos que no supe cómo exactamente contestar. Sonreír tensa y falsamente, decir “gracias” con un tono interrogativo y ser amable eran las únicas reacciones que me salían en el momento. Contestaba que había estado en una escuela internacional desde los cuatro años, que en mi colegio el inglés no solo se da en las clases, sino que se vive y se habla regularmente, que, de hecho, era el idioma oficial de la institución académica y que la verdad era que para muchos era más fácil dominarlo que el español. Todo esto lo decía amablemente, entendiendo que no lo decían con malas intenciones, que eran sinceros pensamientos suyos sin ningún pretexto cruel de incomodarme. 

Lo más vergonzoso fue cuando yo cometía sinceramente un error lingüístico, no porque no supiera hablar el inglés, pero porque hay veces que mi cerebro (como el de muchos) tiene algún cortocircuito o problema técnico que hace que diga disparates. O cuando sabía lo que quería decir, pero mi mente no lograba traducirlo del español al inglés a tiempo y me quedaba como boba haciendo movimientos exagerados con mis manos, como buscando en el aire la palabra que necesitaba. 

A pesar de estos pequeños inconvenientes, conecté con estas personas y nos convertimos en muy buenos amigos. Pero sucedía un poco demasiado a menudo que ellos sentían la necesidad de corregir mi inglés, de comprobar que sabía el significado de una palabra como si fueran unos padres tratando de enseñarle a su hija a dar sus primeros pasos, cuando resulta que ya la niña sabe hasta correr. 

Sin embargo, la barrera idiomática no surgía a raíz de la falta de conocimiento del inglés (que, como bilingüe, puedo asegurar que no existe); surgía de la falta de conocimiento de parte de los estadounidenses sobre Puerto Rico. Obviamente no espero que sepan cada pequeño detalle, cada particularidad histórica de nuestra isla. Además, entiendo que no es su culpa no saber  esto; simplemente es un reflejo triste de lo que me imagino que no les enseña su sistema escolar. No obstante, me parece ridículo que, por su falta de conocimiento, tenga yo que sentirme incómoda. Creo que mientras Puerto Rico permanezca bajo el control gubernamental de Estados Unidos, los estadounidenses deberían hacer un esfuerzo por informarse más sobre la Isla.

Lia de California y yo en una tranquila tarde

¿Esta ignorancia será culpa del sistema escolar que no requiere mucha profundidad al respecto de las enseñanzas sobre la Isla? ¿O existirá por vagancia de parte de los estadounidenses de no querer conocer más sobre Puerto Rico? Seguramente es una combinación de ambas. “Sólo un puñado de estados y Washington DC verdaderamente requieren o hasta plenamente sugieren que Puerto Rico sea incluído en la enseñanza histórica. De hecho, aparte de geografía básica, solamente tres estados y DC incluyen la historia de Puerto Rico y ninguna requiere ningún conocimiento sobre  el siglo XXI en Puerto Rico”, detalla un artículo publicado en Puerto Rico Report hace 6 años. Esta información demuestra que el sistema educativo estadounidense no está diseñado para que sus estudiantes entiendan lo suficientemente bien nuestra realidad. Esta falta de enseñanza probablemente es la raíz de la falta de iniciativa por  parte de los estadounidenses de entender un poco más a Puerto Rico: ¿por qué alguien quisiera  saber más sobre algo a lo que ha sido expuesto muy poco?

Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo mis amigos del campamento pueden aprender más sobre Puerto Rico para ser más cultos y para que personas como yo no tengan que sentirse incómodas a raíz de sus preguntas curiosas? Hoy en día hay bastantes recursos que pueden ayudar a iluminar a muchos y no tienen que ser aburridas ni tienen que sentirse como tarea. Ver películas puertorriqueñas puede ser divertido y educativo para personas que quieren saber más sobre la Isla. Un gran recurso para explorar estas películas es la página web cine.pr,  un archivo inmenso de cine exclusivamente puertorriqueño. Conocer la música y los artistas de Puerto Rico acoge orejas y transmite conocimiento cultural. En plataformas como Spotify o Apple Music existen listas de reproducción con los grandes éxitos musicales de ahora y antes que cualquiera fácilmente puede acceder. Igualmente, existen libros geniales escritos por autores puertorriqueños que revelan cómo funciona nuestra sociedad. Un estadounidense puede leerlos en español si quisiera mejorar o aprender el idioma, ¡pero también es posible leerlos en inglés! 

“En la era digital, la ignorancia es una elección”, dijo el artista Donny Miller. Esto no solo se aplica a ciertos estadounidenses por su desinformación sobre Puerto Rico, sino que es algo sobre lo cual cada uno de nosotros debe estar consciente en todo momento. Solo así podremos lograr ser verdaderos ciudadanos globales; solo así podremos derrumbar las barreras que nos dividen.

 

 

 

Referencias

“What Do Mainland Students Learn about Puerto Rico?”. Puerto Rico Report, 15 de marzo de 2015, www.puertoricoreport.com/mainland-students-learn-puerto-rico/#.YUNfqi2LFQI. Accedido el 16 de septiembre de 2021.