En Crónica de una muerte anunciada y La metamorfosis, la intertextualidad es presentada a través de Ángela Vicario y Grete. Al principio de la novela, Ángela Vicario es una mujer linda,  de buen vestir, que no sabe qué quiere de la vida. Ella es solamente un pieza del rompecabezas que su familia tiene imaginada. Tenían un sueño de convertir en fruto el valor de su belleza, y una opción sería el matrimonio.

En Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez pinta cómo sus padres, hermanas y cuñados “le impusieron la  obligación” de casarse con un hombre. Un hombre que nadaba en oro (García Márquez 33). Un hombre que podía cambiar el lamento en baile. Aunque ella no quisiera, lo tenía que hacer para cumplir con sus compromisos. Similarmente, Grete tuvo un matrimonio arreglado porque su familia pensaba que “ya es tiempo para que encuentre un buen esposo” (Kafka 47).

A diferencia de Ángela Vicario, Grete ve el matrimonio como una fuga de su pasado. Grete era prisionera de su propia vida. Era prácticamente una esclava por tratar de ayudar a su hermano. No tenía tiempo para vivir su vida. Tristemente, tuvo que decidir entre la vida de su hermano o la suya para ser feliz. Al final, reclamó su humanidad, su identidad y, por primera vez en un buen tiempo, tenía esperanza.

Como Grete, Ángela Vicario sobrepasó sus infortunios y la injusticia. Después de 23 años, como bien dice la voz narrativa de Crónica de una muerte anunciada “…fue dueña por primera vez de su destino”. Ella siguió adelante por su felicidad y no dejó que las opiniones de los demás la cambiaran una vez más.