El crimen sin el castigo: una ocurrencia imposible

Para las navidades le pedí a mi padre una copia de Crimen y castigo — no porque conociera obras previas de Dostoyevski, ni porque me interesara la trama o de repente tuviera un gran interés por la literatura rusa. Pedí este libro simplemente porque sabía que era considerado una de las mejores novelas de la literatura universal aunque esto no significa que supiera algún detalle pertinente sobre él (además del hecho de que sea sumamente famoso) que me motivara a pedirle a mi padre que me lo regalara. Eso, y porque fue el primer libro que se presentó en mi mente, como un sigiloso recordatorio merodeando por mi subconsciente. Antes de empezar a leerlo, mis expectativas eran altas aunque no sé decir qué era exactamente lo que esperaba. Después de leerme todas las 496 páginas delicadas, supe que Crimen y castigo no sólo satisfizo mis expectativas, sino que las superó. 

Leer la escritura de Fiódor Dostoyevski era como ver un gran espejo reflejando la psicología humana de un hombre torturado por su propia mente y consciencia.  El autor les ofrece a sus lectores un retrato aterradoramente preciso del sufrimiento interno de tal manera que aunque uno no haya sentido nada parecido a las aflicciones del personaje principal, el héroe trágico Rodión Románovich Raskólnikov, uno entiende sus dolores como si fueran propios. Había veces que, mientras leía sobre los escalofríos que atormentaban a Raskólnikov en su enfermedad, sentía yo misma un repeluzno recorrer por mi espalda. Al esto pasar, reconozco que no sólo admiré la precisión de Dostoyevski, sino que también ella me asustó bastante. 

Además de su exactitud admirablemente realista, el autor ofrece unas ideas notables a lo largo de su novela. El lector termina cerrando el libro con varias nuevas ideologías para reflexionar. La idea más monumental que yo adopté cuando terminé esta novela es la siguiente: no hay crimen sin castigo. Es decir, uno puede escapar del alcance de la ley y la autoridad. Uno puede hasta cometer un delito sin dejar rastros ni pistas, pero el castigo psicológico impuesto por uno mismo sobrepasa el castigo de la cárcel de por vida.

El personaje principal, Raskólnikov, es un ser especial — por ponerlo de alguna manera. Su fachada psicológica es compleja y profunda (al igual que la de todos los seres humanos de este planeta), pero a pesar de tener todos sus sentimientos, pensamientos y preocupaciones descritos detalladamente en las páginas de Crimen y castigo, cuesta mucho descifrar su verdadero psique. A simple vista, parece ser un asesino sufriendo reprimendas de su consciencia. Sin embargo, yo no creo que sea así. Pienso que Rodión Románovich Raskólnikov estaba realmente liberado de culpa. Es más, él justifica su “derecho de matar” en un artículo que escribe para un periódico. En este trabajo escrito, Raskólnikov explica detalladamente su idea de lo que era un “hombre extraordinario”. Este es alguien que se considera por encima de la ley y las normas sociales, de tal manera que está justificado a hacer lo que sea (inclusive matar) con tal de poder ejecutar su meta. Rodión Románovich usa como ejemplo a Napoleón, Licurgo, Solón y Mahoma; según él, ellos tenían el derecho de infringir las leyes establecidas porque, de no ser así, no hubieran podido llevar a cabo sus metas, las cuales son de gran envergadura para la humanidad. Raskólnikov se consideraba un hombre extraordinario — por eso pienso que la verdad es que no siente culpa alguna. Sin embargo, sólo porque uno no sienta culpa no significa que no haya sufrimiento (aunque la culpa indudablemente es y puede ser una gran tortura infligida por uno mismo, especialmente después de haber matado a alguien). Sólo significa que el castigo es más externo que interno.

Sin castigo interno, el sufrimiento se convierte en algo más circunstancial. Uno puede ser liberado de culpa, pero la constante preocupación de ser descubierto es igual de atormentadora. Sin embargo, creo que en el caso de Raskólnikov, esta preocupación de ser descubierto se refiere más a su familia que a las autoridades. Su madre, Puljeria Aleksándrovna, y su hermana, Dunia Románovna, están cerca de él después de que éste ha cometido su crimen. Ambas son muy religiosas y devotas y su presencia en San Petersburgo en estos momentos críticos de la vida de Rodión Románovich hace que éste se preocupe constantemente de la posibilidad de que ellas se enteren de su crimen a pesar de que él no piense que haya hecho algo mal. Este dilema es sumamente interesante: Dostoyevski demuestra que por más que las ideologías y morales sean algo personal, las relaciones con otros son igual de poderosas en cada persona y tienen un efecto de igual (o más grande) envergadura que los dogmas internos. 

Puede que Raskólnikov haya estado buscando el castigo, subconscientemente, desde los primeros segundos después de su asesinato. La meta era robarle algunos bienes a la vieja prestamista, pero, no pasó tanto tiempo después de matarla cuando entierra lo robado y no le saca provecho; entra en un estado de delirio prácticamente al instante. De igual manera, Raskólnikov se convenció a él mismo que era un hombre extraordinario, pero, al fin y al cabo, él excavó su propia tumba. Él mismo se saboteó, él mismo causó su propia enfermedad — su dogma del “hombre extraordinario” puede simplemente ser él mismo tratando de librarse de la culpa consciente. Y lo logra, por lo menos parcialmente. El castigo interno es incomparable al externo. No obstante, yo diría que es irónico que Raskólnikov se librara de su paranoia y enfermedad — que su castigo se esfumara, de alguna manera — al ser encerrado en la cárcel. Fue así que por fin sus perturbaciones se calmaron. Es decir, al recibir el castigo de la sociedad y de la ley, Raskólnikov se libró del castigo impuesto por él mismo.

Aunque no podamos identificarnos con las acciones que llevaron al castigo de Raskólnikov (o por lo menos eso espero de los lectores), sí podemos entender con precisión admirable el psique de un humano torturado mentalmente gracias a esta monumental narrativa de Dostoievski. Las introspectivas y los diálogos internos que nos presenta el autor en esta novela son especialmente únicos; Fiódor Dostoyevski fue un pionero en esta clase de narrativa, una  que es necesaria para la humanidad. 

Hay veces en las que nosotros, como humanos, necesitamos que nos digan no sólo quienes somos, pero por qué somos así. Necesitamos que alguien nos aguante un espejo para poder mirarnos tal y como somos. Puede ser una película revolucionaria o una canción popular, pero Crimen y castigo es indudablemente uno de los espejos más crudos y realistas que existen. Y, si buscas contestaciones o no sabes si ni siquiera tienes preguntas, empezar por leer esa novela es un buen primer paso. Quizás puedes pedirlo para las próximas navidades.

 

Referencias

Perov, V., 1872. Retrato de Fiódor Dostoyevski.

Petróvich Klodt, M., 1874. Raskólnikov y Marmeladov. [Acuarela sobre papel].

Dostoyevski, F., 1866. Crimen y castigo. Editorial Alma.