Un trabajador diferente

​En Villa Fracaso, el sexto mundo de los doce mundos del Campo de Colores, durante la transición de los tiempos medievales a los renacentistas, vivía un hombre pobre con mucho talento y ningún trabajo. Su nombre era José Baratija y su talento consistía en ser buenísimo con cualquier cosa que tenía que ver con madera; casi como si fuera uno con los árboles y la naturaleza. Sus manos eran fuertes y quietas, sus ojos eran tan agudos como los de un águila; precisos, también. Él podía identificar y arreglar cualquier detallito o imperfección. Era casi perfecto, excepto que era de color verde, así que, en Villa Fracaso, donde el patrón era Don Mandón, le era imposible al pobre José Baratija encontrar trabajo. “Nunca jamás nadie de color verde trabajará en Villa Fracaso”, expresó Don Mandón.

​Es importante describir al Sr. Mandón, el dueño de todos los negocios en Villa Fracaso. Él era mayor de edad, alto y un poco llenito, pero su cara parecía esculpida por los dioses del Campo de Colores. Su piel era blanca como la nieve sin hacerlo verse muy pálido. Sus ojos eran un caleidoscopio de colores: azul, verde, naranja, amarillo, violeta y rojo. Sus músculos faciales eran perfectos, pero su expresión era malvada y llena de odio. Lo peligroso era que su sonrisa hacía casi imposible no sonreírle de vuelta. Era malvado y frío, su vida monótona, pero esa sonrisa era rápida en engañarte. Esa era la razón por la cual él era el mejor negociante en Villa Fracaso.

 

​José Baratija no encontraba ningún trabajo en Villa Fracaso cuando por fin se encontró con Don Mandón y le suplicó: “¡Por favor, Don Mandón, déjeme trabajar en cualquier sitio; no me importa dónde! Tengo una esposa y un hijo. ¡Se lo suplico!”, imploró José Baratija.

​Pero Don Mandón le negó ese derecho básico; José se fue a su casa, empacó sus pertenencias, que no eran muchas, dejó a su esposa e hijo con su amigo, quien les podía cubrir las necesidades con facilidad, y se fue en búsqueda de un sitio bueno para vivir. El pobre José estuvo caminando seis meses a través del Campo de Colores hasta que un día, se encontró en el Jurutungo. El Jurutungo es un paraíso al que solo pueden llegar las personas que han sufrido lo máximo, perdido todo y han sido discriminadas, sin embargo, no se han quejado. Estas reglas hacían del Jurutungo un sitio lleno de belleza y libre de discriminación. José inmediatamente encontró un trabajo en una tienda de carpintería cercana y con el tiempo hasta pudo abrir su propio negocio. Ese negocio, Los Tesoros de Baratija, creció tan grande que llamó la atención del Rey Ricoso, la persona más rica de los doce mundos. “Me ha llamado la atención la calidad de sus manualidades. Es de la más alta posible, e incluso superior. Me gustaría saber si está interesado en trabajar para la Familia Real”, preguntó Rey Ricoso.

José aceptó inmediatamente y en unos meses era rico. Él viajó el mundo en búsqueda de su esposa e hijo porque un ratoncito le dijo que se mudaron de Villa Fracaso, y cuando finalmente los encontró ellos le explicaron que ellos huyeron de allí porque era casi imposible vivir. Con curiosidad José volvió a Villa Fracaso y encontró que estaba casi desierto excepto por la rata ocasional y la planta rodadora de tu imaginación. La calidad de las casas era pésima y algunas incluso se estaban deteriorando, excepto una, la casa de Don Mandón. 

 

El carruaje de José lo llevó hasta la casa de Don Mandón y, al entrar, encontró al comerciante llorando en un rincón mientras las ratas se comían sus papeles y ropa. Finalmente, al darse cuenta de que José Baratija estaba en su casa, Don Mandón dio un salto de susto. José estaba cubierto de riqueza y su sonrisa era contagiosa y hacía casi imposible no sonreírle de vuelta. Era como Don Mandón, pero en vez de tener un aura de frío y maldad, su aura literalmente hacía la temperatura subir a una muy calmante y feliz. José le preguntó a Don Mandón qué pasó allí y él le respondió demasiado rápido: “Había muchas personas buscando trabajo, pero yo se los negué. Al momento no me di cuenta, pero al poco tiempo, todas esas personas se empezaron a ir y ellos eran la mayoría de mi población. Al irse tantos, menos personas compraban, menos personas vendían y menos personas vivían aquí, ese fue el ciclo que terminó destruyendo a Villa Fracaso”, explicó Don Mandón.

​Aunque Don Mandón lo trató como basura hasta casi dos años atrás, José lo ayudó a pararse, le dio quince mil atalp; la moneda del Campo de Colores, y lo mandó a un sitio en donde él podría vivir sin tener que preocuparse por dinero o poder. José compró Villa Fracaso y en unos pocos meses Villa Fracaso estaba nuevamente viva, prosperando y mejor que nunca antes, mientras José Baratija vivió el resto de sus días ahí con su esposa e hijo.