La mujer con el derecho

En 1996, Anita entró a un taxi en Nueva York, la ciudad de las oportunidades. Pero ese taxi no era un taxi como cualquier otro, era un taxi que le cambiaría la vida. Anita era una mujer de veinte años que recientemente empezó a estudiar derecho. Un día tomó un taxi al salir de la universidad. En este taxi tuvo la peor experiencia de su vida: fue violada. Para empeorar la situación, esto causó un efecto que era casi permanente, quedó embarazada. A Anita le encantaban los niños y una familia sería increíble, pero era joven, no tenía compañero o dinero, ni había terminado la universidad. Sin embargo, lo que más la alejaba de tener hijos es que tenía una condición de salud que pondría su vida en riesgo durante un embarazo. Considerando todo esto, lo más justo para ella y el niño era un aborto. Anita poco sabía que en su país el aborto era considerado ilegal. Trató en diversos hospitales y no consiguió una respuesta positiva. Anita decidió aceptar su destino y encontrar a alguien que cuidara de su bebé en su ausencia. Habló con unas amigas de la universidad, también con su mejor amiga dijo que podría ayudarla. Como cualquiera, siguió lo que poco le quedaba de su vida hasta que en unas de sus clases hablaron sobre los derechos humanos. Ella pensó que tal vez pudiera argumentar por su derecho a la vida. Pasó noches y noches sin dormir trabajando en esto. Finalmente, llegó el dia que pidió para hablar en el tribunal y lo que dijo fue: “Sé que abortar parece inmoral e incorrecto, pero también lo es violar a la gente. Por lo que yo sé, tengo el derecho a poder vivir y tomar mis propias decisiones y de esta yo no fui parte. ¿O acaso escogí que esto me pasara? No. ¿Escogí tener esta condición? No. Entonces es mi cuerpo y mi derecho, y si no puedo tener este hijo sin comprometer mi vida tienen que respetarlo. ¿Cuál es el punto de todo que evaluamos si los derechos humanos que creamos hace tiempo y decimos respetar están siendo violados?”. El juez no parecía convencido, entonces ella pasó a decir algo que no preparó o ensayó, pero que vino de su corazón llorando: “Quiero vivir, casarme, tal vez adoptar, tener una casa, graduarme… no quiero que mi vida acabe. Por favor, imagine que soy su hija pidiendo no ser obligada a abandonar todo lo que le importa”. El caso lo ganó. Anita vivió su vida, pero todas las personas que estaban ahí fueron impactadas de una manera que nunca esperaban y comprendieron por qué la vida es un derecho que no debemos tomar por garantizado.